domingo, 17 de febrero de 2013

El ruido de las cosas al caer - Juan Gabriel Vásquez




El ruido de las cosas al caer (premio Alfaguara 2011) es la quinta novela publicada por Juan Gabriel Vásquez (escritor colombiano, 1973), obra que forma parte de la literatura del narcotráfico o «narcoliteratura».

La novela está narrada en primera persona a través de dos personajes y se desarrolla en dos tiempos anacrónicos: el presente de Antonio Yammara, a finales de la década de los noventa, y el pretérito de Ricardo Laverde, a inicios de los años setenta. Yammara, un profesor de El Rosario, tuvo una amistad fugaz con Laverde, quien fue asesinado de manera repentina frente a él después de uno de sus acostumbrados juegos de billar y en cuyo incidente él mismo resultó malherido. Desde entonces, Laverde se convirtió en una presencia muda e invisible que invadía todos los pensamientos de Yammara, una fijación o una incógnita que éste debía resolver a instancias de su propia vida por la imperante necesidad de obtener respuestas, de conocer el extraño motivo de aquel fatal ataque.

En estas páginas, Laverde narra su propia historia al tiempo que Yammara asume el papel de detective y realiza una búsqueda a través de las décadas en las que se han diluido otras vidas para esclarecer el final trágico de aquel misterioso personaje y, a la vez, tratar de encontrarse a sí mismo y entender lo que ocurre con su propia familia, ese ente restrictivo del que sólo ha aprendido a huir.

Los escenarios en que transcurre corresponden a Colombia, y las diversas y necesarias alusiones a Estados Unidos se deben a que algunos de los personajes secundarios pertenecen al Peace Corps (Cuerpo de Paz), una agencia federal autónoma creada para enviar ciudadanos americanos como voluntarios a diferentes localidades del mundo para ayudar a los nativos con las diversas necesidades de su comunidad, por lo que Sudamérica fue uno de sus primeros destinos. Debido a que en Colombia encontraron el clima y las condiciones necesarias para cultivar la mariguana, uno de los principales propósitos de algunos de los voluntarios y sus coordinadores, este país se convirtió en el exportador más importante de mariguana —y posteriormente de cocaína del mundo gracias a que ellos mismos se hacían cargo del traslado aéreo del producto, lo que les aseguraba una gran remuneración económica, situación en la que Laverde estuvo involucrado directamente. A pesar de que el Cuerpo de Paz ayudara realmente con sus labores a la sociedad, se beneficiaba ilícitamente de la explotación de los fértiles campos colombianos y de todos los implicados que, a cambio de una parte mínima de las ganancias, arriesgaban la libertad e incluso, en el peor de los casos, la vida misma.

Este negocio creció abruptamente y trajo consigo una violencia y brutalidad que ya jamás se despedirían de Colombia, convirtiendo a las próximas generaciones, una de ellas la de Yammara, en receptores de una agresión que lo consumiría todo y que irrumpiría gravemente en todos los ámbitos de sus vidas, obligándolos a sobrevivir en una interrogante sobre su propia identidad y pertenencia. Fue entonces cuando dio inicio una búsqueda impregnada de la inseguridad que no sintieron todos aquellos que presenciaron el inicio del desastre, pues los beneficios pesaban más que los inminentes riesgos, que llegarían meses o años después y que en aquel entonces resonaban como maldiciones al acecho que se podían burlar.

El ruido de las cosas al caer gira alrededor de la búsqueda, tanto la personal y necesariamente solitaria, como la del pasado, en la que confluyen infinidad de vidas por diversas circunstancias y supuestas casualidades.

Yammara abandona su presente, que incluye a su pareja y a su hija, para inmiscuirse en un tiempo tan remoto como su niñez, una infancia vinculada a la de otra mujer que hace acto de aparición gracias a su parentesco consanguíneo con Laverde. Tanto Yammara como esta mujer, perdidos en una realidad en la que la felicidad se les escapa, intentan remediar su soledad indagando en sus obsesiones y miedos e incluso a través de sus propios cuerpos y de los fantasmas que seguirán haciendo ruido siempre que alguien los quiera escuchar. Juntos, avanzarán hacia «…adelante, botes contra la corriente, incesantemente arrastrados hacia el pasado», según la premisa de Fitzgerald.

Vásquez dota de cierta nostalgia infantil a esta obra que remite a la Hacienda Nápoles del famoso narcotraficante Pablo Escobar, un inmenso y fascinante centro de esparcimiento abierto al público en los ochenta, abandonado y en posterior decadencia poco después tras severas acusaciones a Escobar. Yammara y la mujer conservan gratos recuerdos de esta hacienda y vuelven a ésta sólo para atestiguar la inclemencia del descuido y la ausencia, afirmando silenciosamente que todo tiempo pasado fue mejor, al igual que en el complejo de la Edad de oro.

Esta historia está plagada de sonidos suaves o estruendosos, de aeroplanos, de recuerdos y esperanzas, de identidades descubiertas y elementos tangibles o abstractos en los que la fuerza de gravedad actúa con más crueldad que la usual y que al desplomarse se van fragmentando hasta estrellarse y producir los sonidos del horror y la desilusión. El autor resuelve incógnitas sólo para dejar, a la vez, otras abiertas, aclara situaciones o hechos que dan pauta a nuevas interrogantes que alimentarán una trama perfectamente construida.

Testimonios e información compartida entre los personajes iluminan los recovecos de esta bn ﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽idifican s ompartida tunque quizrevivir y resguardar informacinforgratos recuerdos y al que vuelve soúsqueda y modifican la percepción de personas cercanas y amadas con las que ya no existe posibilidad de diálogo alguno y cuya percepción se modifica en lo superficial, donde la grabación de una caja negra, ese misterioso artefacto diseñado para sobrevivir y resguardar información tan valiosa como emotiva, será tan necesaria como algunos recortes, cartas, fotografías y recuerdos carcomidos para reconstruir el pasado.

Ésta es la historia de las raíces de la violencia a través del prólogo que es su pasado, de quienes la experimentaron por segundas y terceras personas, una remembranza de vidas adultas perdidas en los recuerdos y en las cintas que reproducen lo vivido para volverlo real de nuevo, para taladrar en las mentes y desencadenar nuevos resquicios donde las dudas seguirán suspendidas en el vacío.


Algunas de las frases que seleccioné de la obra:

“... pasó de ser un asunto casual, una de esas malas pasadas que nos juega la memoria, a convertirse en un fantasma fiel y dedicado, presente siempre, su figura de pie junto a mi cama en las horas de sueño, mirándome desde lejos en las de la vigilia.” 
“... con qué presteza y dedicación nos entregamos al dañino ejercicio de la memoria, que a fin de cuentas nada trae de bueno y sólo sirve para entorpecer nuestro normal funcionamiento..." 
“... lo que importa no es cagarla, sino saber remediar la cagada.”
“... mantener la conveniente ficción.”
“... a la curiosidad por los cuerpos se había sumado la curiosidad por as vidas.”
“... pensar en la oscuridad no es conveniente: las cosas parecen más grandes o más graves en la oscuridad.”

Dos de las opiniones que me parecen más acertadas sobre la novela:

Narrador de una notable madurez […]. Novela de investigación a través de la memoria y de las conversaciones, retrato de una generación, crónica de Bogotá y, sobre todo, de vidas que se cruzan para encontrar la muerte (los verdaderos héroes como los falsos) o la soledad. En una novela que, paradójicamente, se lee como una exaltación de la vida.”
J.A. Masoliver Ródenas, en Cultura/s de La Vanguardia, Barcelona

Maldito sea el maldito rigor del maldito joven escritor Juan Gabriel Vásquez quien –a la luz de lo que se ofrece en El ruido de las cosas al caer– probablemente sea el autor “joven” que más y mejor sabe sobre el atemporal arte de cómo plantar y erigir una novela después de Mario Vargas Llosa.”
Rodrigo Fresán, Página 12, Buenos Aires

sábado, 16 de febrero de 2013

La displicencia humana

Escultura de autor desconocido



“…sus criaturas llegarían a todas las casas de clase media baja en adelante y espantarían a los niños con sus palabras atroces… y a los críticos literarios con su belleza perpetuamente inasible y, además, no sólo física, sino artística, miniaturizada, de cosa levemente nueva y a la vez muy antigua, del todo imprevista por la mediocridad y abulia de la época.”
Alberto Chimal


1. Voces agradables, suaves, roncas, ácidas, sosas. Horas de charla o silencios incómodos. Relatar una y otra vez los mismos sucesos, la vida pasada, alternando las edades y cambiando los detalles. Mezclando realidad con mentira en recuerdos mutados por una memoria no muy fiel.

2. Miradas intensas, lascivas, atractivas; transformadas en contemplaciones fastidiosas, irritantes, insoportables. Buscar ser el centro, lo único, para después querer huir y encontrar un escondite para esa fuerza que sobrepasa lo físico y llega hasta el alma, esa fuerza que puede ver los secretos más profundos y las mentiras más asquerosas encubriendo un hecho todavía más repugnante, pero a los que no puede descifrar por desconocer su código, su lenguaje. Y es para dar gracias a pesar de tener el peso del castigo de esos ojos encima sin que ellos sepan la capacidad de la represalia que infligen, inconscientes de su poder.

3. El placer de degustar incontables litros de diferentes clases de alcohol, cafeína y humo de cigarros no siempre de tabaco. Incluidas las pastillas de menta, los diversos dulces y las píldoras ilegales. Lenguas y bocas húmedas de placer, escurriendo entre palpitaciones vulgares. Cariño convertido en hiel, por simple gusto experimental.

4. Superficies muy suaves, que viven. Diversos matices de pigmentos que van de oscuros a claros. Pieles lampiñas o cubiertas con un fino bello, tersura exquisita que se alarga sobre las sábanas, buscando la manera de introducirse en ellas y desaparecer de este mundo, en un arrebato de placer individualista que a pesar de ello, es respetado y degustado por el (los) otro(s). Placer que deviene en aversión, suavidad trocada en aspereza que adquiere una singularidad reprobada y rechazada. Una piel fría de muerte, a la que se evita por miedo a perder la cordura.

5. Esencia natural del cuerpo femenino, enajenación pura, resquicios perfumados sutilmente, que con lazos invisibles atan al cuerpo ajeno y lo atraen hacia sí. Lazos que mutan en látigos flagelantes, aroma que demuda acerbo, líquido cáustico que corroe lo virtuoso.

Cabelleras rubias, castañas, cafés, pelirrojas. Mechones que transitoriamente ocultan un poco sus facciones, otorgándoles un secreto vital e inexorable. Falacias de formas y tonalidades diversas, mentiras infantiles llevadas a engaños voluptuosos. Pero sus manos tienen la obligación de dejar el rostro por completo al descubierto, para enfrentar la vida sin trucos infames. Y es cuando cae el telón final.

Intentar memorizar series de diferentes números telefónicos por días, a veces por semanas e incluso por meses. Calles, direcciones. Trazar figuras geométricas exactas o irregulares en el mapa del territorio. Números y letras que esconden personalidades tan disímiles como iguales, gracias a lo subjetivo de las diferencias.

Nombres extranjeros, místicos, alusivos a la naturaleza o por completo religiosos. Sustantivos sugestivos, encantadores, cautivadores; se vuelven indiferentes, insulsos, desagradables. Nombres que terminarán siendo estigmatizados.

Todo esto fue antes de ti. Jamás pude encontrarte en ellas ni en lo más recóndito de su ser. Mucho menos en su imaginación, muchas veces más desierta que su amor propio.

Todo esto fue antes de que aparecieras, tan pequeña, saliendo del grifo de agua, segundo antes de que te fugaras, por conmiseración, de aquel cuadro que compré tantos años atrás. Lo único digno de ornar mi vida sin transmutarse en algo maldito, aún después de comprender mi esencia.

Y ahora que estás fuera llevo horas, días completos contemplándote, parando sólo cuando parpadeo. Tu nuevo refugio es este vaso de agua, sobre mi mesa de noche. Me haces reconocer cuanto tiempo de mi vida desperdicié con la humanidad.

Mi simple abstracción en tu cabello azul ondulado, la claridad reflejada del agua en tu piel, las escamas que cubren lo que suple a tus piernas y tu inexistente sexo, tu tamaño mínimo y el aura que te envuelve y te representa tan distante a pesar de tenerte a escasos centímetros y esa atracción desmesurada que siempre has ejercido en mí han reanimado a mi psique después de cada esperada decepción, tras cada descubrimiento y desencanto del otro.

Deberás cumplir tu promesa, mi alma será tuya a cambio de que me lleves al paraíso del que has venido, colócame en tu roca, en medio del océano, en ese lienzo donde no pasa el tiempo, donde el piélago tranquilizará a mi ansioso espíritu y podré al fin regalar mis pensamientos al olvido y no volver a la absurda y egoísta búsqueda sibarita.



Lola Ancira, México, 2011.

sábado, 9 de febrero de 2013

El necrófilo – Gabrielle Wittkop






Reseña personal: El necrófilo de Gabrielle Wittkop (escritora francesa, 1920-2002) es una novela publicada en 1972 por la Bibliotèque Noire y publicada en español hasta 1995 por la Editorial Tusquets. Wittkop dejó una obra que podría etiquetarse dentro de lo siniestro, trágico y escalofriante, de lo que se puede deducir, de manera certera, que su musa era la muerte y todo lo que esta implicara; empezando por algo tan amplio como la vida misma, lo que la posterga: el sexo; y lo que logra crear vínculos humanos: el amor. 



Esta novela es la historia de un anticuario comprendida en un año en entradas de su diario personal. En cuanto a la extensión, es un fragmento mínimo de una vida, pero de una intensidad impresionante. Aparecer a Lucien N. como por generación espontánea y dejar un final abierto y un futuro incierto para él le dan el último toque de misticismo para volverla una novela de singularidad espléndida.



Lucien vive en una gran casa antigua donde comercia con antigüedades, pero lleva esta afición por lo decrépito (en cierto sentido) más allá de los objetos: hacia cuerpos humanos sin vida. Es un necrófilo que forma parte de una sociedad invisible de personas con gustos afines. Leyendo los obituarios, descubre donde podrá encontrar a su próximo amor. El siguiente paso es realizar una visita al cementerio y desenterrarlo, para llevarlo con él a su hogar.



La pasión que les profesa es libre y exenta de toda discriminación, pues adora por igual a cadáveres de bebés y niños que de hombres o mujeres, jóvenes o ancianos. Dejando de lado la putrefacción, es un amor honesto y perfecto aunque no recíproco, que deja fuera de su casa cualquier tipo de prejuicio social y que se podría poner en duda al involucrar el aspecto sexual, pues es un tipo de violación o invasión al cuerpo del otro sin su consentimiento, pero también sin su vida, y es quizá ese detalle el que anule la profanación carnal. El problema son los tabúes religiosos que se han creado en torno a la cáscara física que deja cualquier ser humano en este plano existencial tras su deceso.



Tenemos aquí dos problemáticas, una referente al sexo y otra al ritual mortuorio que involucra el cuerpo del fallecido. En cuanto a la primera cuestión Foucault, a través de una entrevista, explica a la perfección que es lo que sucede en nuestra sociedad: “El sexo existe y representa el noventa por ciento de las preocupaciones de la gente durante gran parte de las horas de vigilia. Es el impulso más fuerte que se conozca en el hombre; en diferentes aspectos, más fuerte que el hambre, la sed y el sueño. Disfruta incluso de cierta mística. Se duerme, se come y se bebe con otros, pero el acto sexual -al menos en la sociedad occidental- se considera como una cuestión del todo personal. Por supuesto, en ciertas culturas africanas y aborígenes se lo trata con la misma desenvoltura que a los demás instintos. La Iglesia heredó los tabúes de las sociedades paganas, los manipuló y elaboró doctrinas que no siempre se fundan en la lógica o la práctica.” El problema se vuelve más grande e ideológico en cuanto a los cadáveres, pues lo juzgo igual de legendario pero enigmático y mucho más misterioso, del que no tengo los argumentos suficientes para poder analizar. Mirando el conjunto y aunando a esto las declaraciones de Wittkop, sinceras y libres de convencionalismos sociales sobre su forma de vida e ideología, se logra entender porqué fue víctima de la desaprobación social pero también fue un símbolo de lucha para muchos otros, pues como ella misma lo dice: “Hay ciertas verdades que escandalizarían a un espíritu rudimentario como el suyo.”



En cuanto al aspecto literario de la obra, la narración en primera persona logra por completo que el lector se vuelva Lucien, el necrófilo mismo, que a través de una sensibilidad majestuosa narra como posee a los cuerpos y refiere una cantidad de detalles tan singulares que se logra crear, a través de la lectura, un escenario completo, detallado y hermético, ideal para que se desarrolle el fúnebre relato, exento de ojos curiosos e indiscretos creados con el afán de censurar y condenar. La narrativa de Wittkop está dotada de una sensibilidad tal, que logra transmitir al lector la hermosura que posee un cadáver y la belleza de la muerte en sí, incluso de la putrefacción que se advierte por las diferentes funciones fisiológicas de las sensaciones.



Wittkop crea de una invención todo un universo real, donde las emociones son detalladamente descritas y existe siempre un ambiente de seducción y afecto. Los actos de Lucien no son específicamente sexuales, son acciones de un intento de restituir vida a la muerte a través de lo que puede dar como ser viviente aún. No son simples depravaciones, son acciones naturales que encierran espiritualidad y un anhelo de regresar al origen, Tánatos en su máxima expresión: “El olor de los muertos es el del retorno al cosmos, el de la sublime alquimia.”



El tema de la necrofilia es algo que me ha atraído desde hace bastante tiempo y antes de leer está novela (que se convirtió en una de mis favoritas) vi las películas de Necromanitk (I y II), la más cruda (quizá algo tenga que ver con que es japonesa): Flowers of flesh and blood y la más cuidada y artística de todas y que se asemeja bastante a la obra de Wittkop, sólo que protagonizado por una mujer: Kissed. Escribiendo esto, me doy cuenta que es necesaria otra entrada para tratar sobre la necrofilia y toda la obra artística que le rodean.



Tras una necesaria búsqueda literaria sobre el tema, di con esta maravilla. Por alguna razón no puedo subir fotos, pero quería, desde hace algunas entradas, subir la foto de la portaba del libro del que hago la reseña y poner los datos. Les comento por lo pronto que es de la colección La Sonrisa Vertical y por ahora no he logrado encontrarlo en las librerías populares.



He aquí algunas magníficas frases de la novela:

“...hasta llegar a la pureza final de esa gran muñeca de marfil con la sonrisa muda, y las piernas perpetuamente abiertas, que está en cada uno de nosotros.



“Noviembre siempre me aporta algo inesperado, aunque esté aguardándolo desde siempre.”



“Me gustarían mucho sus ojos en blanco, sus labios mudos, su sexo glacial, ojalá estuviera usted muerto. Por desgracia, tiene el mal gusto de estar vivo.”



“Pues la clandestinidad exige unas murallas que protejan del aliento de la tierra y unas cortinas que detengan la mirada de los astros.”



"Durante catorce días, he sido inefablemente feliz. Inefablemente pero no del todo pues, para mí, la alegría siempre va acompañada de la pena de saberla efímera, la felicidad lleva siempre, ostensiblemente, el germen de su propio final. Sólo la muerte —la mía— me liberará de la derrota, de la herida que nos inflige el tiempo.



jueves, 31 de enero de 2013

Horacio Quiroga – El arte funesto desplazado a las letras

 Horacio Quiroga


Esta entrada inaugura una nueva sección en el blog: datos biográficos de célebres escritores, debutando con Horacio Quiroga, uno de mis favoritos.

Horacio Silvestre Quiroga Forteza nació en Salto, Uruguay el 31 de diciembre de 1878 y murió el 19 de febrero de 1937 en Buenos Aires, Argentina, fue un destacado escritor latinoamericano conocido principalmente por sus relatos cortos y cuyo estilo está caracterizado por el declive del modernismo y el surgimiento de las vanguardias, envuelto por una atmósfera melancólica. A lo largo de su vida se vio afectado por amores tormentosos y diversas muertes inesperadas de sus seres queridos, iniciando con el deceso accidental de su padre al disparar un arma de fuego en 1879.

Sus primeros estudios los realizó en Montevideo y su atracción por la literatura surgió desde entonces, empezó haciendo diversas publicaciones y colaboraciones para La Revista y El reforma y escribió sus primeros poemas entre 1894 y 1897, creó el círculo literario “Los tres mosqueteros” y se forma como pupilo de Leopoldo Lugones, al tiempo que fundó la Revista de Salto, pero en el mismo año presenció el suicidio de su padrastro Ascencio Barcos. En 1900 viaja a París y como resultado de ese experiencia escribe Diario de viaje a París. Al siguiente año mueren dos de sus hermanos a causa de la fiebre tifoidea y accidentalmente activó el revolver que mataría a su amigo Federico Ferrando.

 Hogar de Horacio Quiroga en Misiones.

En 1902 decide mudarse a Argentina y trabaja como profesor de castellano en un colegio de Buenos Aires. En ese mismo año, decide acompañar a Lugones a una expedición a la provincia de Misiones, lugar que sería su hogar por mucho tiempo, donde criaría a sus hijos en sus primeros años de vida y donde recibiría la mayor inspiración para escribir sus cuentos: a través de la difícil vida en la selva., en constante interacción con la vida salvaje y sus peligros. En 1904 publica su primer libro de cuentos, El crimen de otro, donde la influencia de Edgar Allan Poe salta a la vista. Quiroga estaba más que satisfecho al ser comparado con Poe, pues para él era su principal maestro. En esa época trabajó en la creación de diversos cuentos por varios años y publicaba periódicamente en la revista Caras y Caretas, convirtiéndose gracias a esto en un escritor reconocido y prestigioso.

 Horacio Quiroga con su primera hija.

En 1906 Quiroga publica su novela corta Los Perseguidos y vuelve a Misiones, donde desarrolló diversos empleos gubernamentales durante años, a la par de su creación literaria. Regresa a Buenos Aires en 1916, tras el suicidio de su primera esposa, Ana María Cirés. Cría solo a sus dos hijos y continúa con sus diversos proyectos literarios y clases de literatura. Tiempo después conoce a la que sería su segunda esposa, nuevamente se mudan a al selva y ahí crían a su pequeña hija, hasta que en 1935, ella lo abandona, llevándose a la niña con ella. Quiroga queda entonces solo y enfermo, pues los primeros síntomas de su cáncer de próstata ya se hacían notar.

Horacio Quiorga con su segunda esposa.

Entre 1901 y 1935 Quiroga publicó diversos poemas, cuentos, un libro de cuentos infantiles, novelas e incluso una obra de teatro. Dejó una obra basta y opulenta tanto en contenido como en forma, particularmente decadente y sorpresiva. Mención particular merecen sus Cuentos de amor de locura y de muerte (1917) donde todos los cuentos hacen honor al título, especialmente a la muerte. Así mismo, cuenta con publicaciones póstumas, como Cartas Inéditas de H. Quiroga (1959).

Otra de sus obras más célebre, específicamente porque en ella Quiroga describe su método de escritura creativa, es el Decálogodel perfecto cuentista, donde describe singularidades sobre el proceso de la creación literaria, las fases de la escritura y del cuento y características narrativas (que no se reconocen en toda su obra debido a las diferentes etapas de su desarrollo como escritor).

Quiroga estaba influenciado por Poe, Kipling y Muapassant, y los estilos de estos escritores son la esencia de Quiroga, quien a través de sus peculiaridades logró crear una nueva narrativa con un riguroso estilo y se enfocó en una atmósfera por completo diferente pero no menos misteriosa y letal: la selva y los animales que viven en ella. Sus narraciones magníficas y enérgicas, crudas pero sin salir de ese espectro que pudiera ser real, es lo que causa más estremecimiento.

La vorágine de la muerte por mano propia no paró con su primera esposa, pues el mismo Quiroga se quitó la vida ingiriendo veneno en 1937, tras sufrir agudos dolores y ser diagnosticado con cáncer de próstata. El año siguiente Alfonsina Storni y Leopoldo Lugones, dos de sus amistades literarias, siguieron el mismo camino. Su primera hija, Eglé, se suicidó en 1938 y su hijo Darío en 1952. Su tercera y última hija, María Helena, se suicidó al arrojarse de un edificio en 1988.

El funesto sino de la estirpe de Quiroga y sus allegados finalmente no pudo ser evadida, pero su magnífico genio creativo nos ha dejado un legado literario que será conservado para la posteridad y su inmortalidad depende de que alguien decida descender en sus abismales crónicas a través de su lectura.

Para despedirnos de él, habrá que evocarlo con algunas de sus más sabias palabras:

¡Qué locura! Los amantes que se han suicidado sobre una cama de hotel,
puros de cuerpo y alma, viven siempre. Nada nos ligaba a aquellos dos fríos y duros
cuerpos, ya sin nombre, en que la vida se había roto de dolor.”


Resiste cuanto puedas a la imitación, pero imita si el influjo es demasiado fuerte.
Más que ninguna otra cosa, el desarrollo de la personalidad es una larga paciencia.”


No escribas bajo el imperio de la emoción. Déjala morir y evócala luego. Si eres capaz entonces de revivirla tal cual fue, has llegado en arte a la mitad del camino.”



 Horacio Quiroga

lunes, 28 de enero de 2013

La tienda de los suicidas – Jean Teulé






Reseña personal: La tienda de los suicidas (Le magasin des suicides, 2008, Ediciones B) de Jean Teulé (Guionista, caricaturista y escritor francés, 1953) es una novela publicada en 2007 y muy poco conocida, pero sin duda una maravilla del humor negro que debe ser leída por todo aquel atraído por el tema del suicidio y la gracia de la ironía, sobre la cual el mismo autor comentó en una entrevista: "Quería escribir un libro divertido sobre el tema menos divertido que existe”; finalidad que por supuesto logró.

El estilo del autor es ágil y divertido, lo que involucra al lector en una atmósfera de humor desde el inicio y que sólo es suplanta por el asombro y el desconcierto en puntos decisivos de la historia. A pesar de ser una novela de 160 páginas, está construida a través de una narrativa que juega con una realidad alterna no muy distante a la nuestra, donde la sociedad cuenta con una tienda especializada en artículos para suicidas conocida como tal: “... llevando en la mano una bolsa de plástico en la que se puede leer, por un lado, «La Tienda de los Suicidas», y por el otro, «¿Su vida ha sido un fracaso? ¡Con nosotros, su muerte será un éxito!».” y que es el orgullo de los propietarios y su familia, estirpe dedicada desde décadas atrás a asistir a los suicidas necesitados e inducir a los dubitativos.

Teulé nos introduce en el universo de la familia Tuvache, formada por los padres y tres hijos, el más pequeño de tan sólo unos meses, quienes con gran satisfacción llevan el negocio de la muerte. Es precisamente este nuevo integrante el que dará una vuelta de 360° a la vida de la familia, pues su personalidad es del todo diferente a la de los demás Tuvache y a quien la madre, tras escuchar disparatadas ideas sobre un cambio de costumbres, aconseja : “Vamos, duérmete y ten pesadillas, será más sensato.”

Un guiño singular y estupendo es el que nos muestra Teulé a través de los nombres de sus personajes, quienes portan distintivos nombres de memorables suicidas: El padre es Mishima, por Yukio Mishima, uno de los escritores japoneses más afamados y que cometió sepukku (un suicidio ritual por desentrañamiento); La madre es Lucrèce, por Lucrecia, una noble de la antigua Roma, quien decide suicidarse para no vivir en el deshonor tras ser violada; La hermana mayor es Marilyn, por Marilyn Monroe, actriz y cantante estadounidense que murió debido a una sobredosis de barbitúricos; El siguiente hijo es Vincent, por Vincent van Gogh, perturbado pintor neerlandés que puso fin a sus días con un disparo en el pecho; y el hijo menor es Alan, por Alan Turing, matemático, científico y filósofo británico considerado uno de los padres de la computación e informática moderna, que murió al comer una manzana envenenada con cianuro. Cabe mencionar también que tres de estas muertes fueron consideradas asesinatos, pero es una cuestión en la que no entraremos ahora.

Esta sátira sobre las anodinas prioridades del ser humano y una presunta ideología fatídica formada quizá por heredadas prácticas muestra como sólo hace falta tener un enfoque distinto para apreciar la existencia que se nos otorga y la dicha desapercibida.

Es una novela única, donde las últimas tres últimas palabras son una clave contundente y emotiva que cierra la historia de forma brillante.

No recuerdo cómo encontré este libro pero se que los libros nos encuentran en el momento justo, así que ahora cumplo con mi deber de reseñar para quien esté destinado a conocer esta obra a través de estas letras. 

Y por lo pronto yo “—... Voy a acostarme. Porque mañana habrá que seguir viviendo.”, siendo también que “Es la hora en que, en otra parte, el enjambre de las pesadillas hace retorcerse sobre las almohadas a las primeras personas dormidas.”

jueves, 17 de enero de 2013

El señor de las moscas - William Golding





Reseña personal: El señor de las moscas (Lord of the flies) de William Golding (escritor y Premio Nobel de literatura 1983, británico, 1911-1993) es una novela distópica que fue publicada en 1954, tras haber sido rechazada por varios editores, y es su obra más representativa y célebre. Se considera como un clásico de la narrativa británica de posguerra, donde entran autores como George Orwell y John Ronald Tolkien. Años después de su publicación, fue una lectura obligatoria en las escuelas de Inglaterra.



Está escrito en tercera persona y a pesar de la carga ideológica que tiene, es una lectura muy ágil que cuenta con diversos diálogos entre sus personajes desde la primera página. La novela narra la historia de varios niños de una edad que oscila entre los 5 y 12 años, estudiantes británicos que estaban siendo evacuados en un vuelo debido a la Segunda Guerra Mundial, en el cual viajaban sin compañía de algún adulto, a excepción del piloto, que muere debido al impacto. El avión cae a causa de una fuerte tormenta y aterriza estrepitosamente en una isla, donde los niños deberán permanecer y sobrevivir hasta que su rescate (o lo peor) suceda.



La historia es una analogía de la naturaleza humana, y el haber utilizado niños procedentes de una sociedad íntegra y de una forma de vida instruida como personajes y modelos de conducta deja claro que el proceder humano libre de normas de comportamientos o códigos morales puede ser tan salvaje y cruel como el de cualquier otro animal. 



Golding narra cómo los personajes, después del incidente, indagan el lugar y se van encontrando y conociendo poco a poco, pero desde el principio, viéndose solos y sin saber cómo reaccionar o qué hacer, empiezan los problemas: “Caminaron juntos, como dos universos distintos de experiencia y sentimientos, incapaces de comunicarse entre sí.” Los protagonistas de la historia son tres de los 'niños' de más edad y cada uno tiene características naturales humanas muy peculiares y singulares pero también contradictorios, como la cordura, benevolencia, reflexión y disciplina; pero también la codicia de dominar, la perversidad y brutalidad.



De haber logrado unirse y resolver las problemáticas de sus vidas en la isla juntos, no hubiera resultado imposible imaginar una factible solución para que llegaran a una buena organización, pero por supuesto, esto no ocurrió y cada uno, sobre todo en sus momentos de soledad, “Se perdió en un laberinto de pensamientos que resultaban oscuros por no acertar a expresarlos con palabras.” La esperanza era un sentimiento que empezó la aventura con ellos pero que conforme pasaban los días, se iba haciendo más tenue, hasta desaparecer. Y fue entonces cuando el caos reinó entre ellos.



Los temas específicos que Golding trata en su novela son entonces el resultado del encuentro del progreso o la civilización con la barbarie (o el regreso a ésta) y la pérdida de la pureza infantil.



Como ya mencioné, la historia se sitúa en la Segunda Guerra Mundial, y si bien no todos los niños vivieron un peligro extremo gracias a que los rescataron los adultos, aquí cabe preguntar quién pondría un límite a esos adultos que peleaban entonces impetuosa, violenta y sádicamente por obtener el control y el poder, y parece ser que la única respuesta son la destrucción y la muerte mismas.



El relato, al pensarse con niños, da una perspectiva infantil e inocente que se va perdiendo conforme transcurre la historia en las páginas, hasta llegar al verdadero terror y desconcierto por los actos in-humanos que realizan, logrando así la finalidad que buscaba Golding: mostrar al ser humano tal cual es. 



Decidí leer el libro por una recomendación personal y también por resolver la incógnita del título de éste, que me atraía desde tiempo atrás: ¿Quién es el Señor de las moscas? Respuesta que por supuesto encontré, y que si no lo han leído, es su turno de cuestionarse y responder.



Tras la lectura descubrí que la novela fue llevada a la pantalla grande en 1963 por el director británico Peter Brook y posteriormente, en 1990 por el estadounidense Harry Hook.



Únicamente vi la versión de Harry Hook y es de la que hablaré, además de que la primer versión, al ser hecha por un británico, me da la impresión de tener más puntos a favor (y lo digo con temor a equivocarme, “criticando desde la ignorancia”).



La película de Brook cuenta con un reparto fenomenal, pues los actores encajan perfecto en las descripciones de los personajes de la novela y está muy bien lograda, sigue prudentemente la historia de la novela aunque cambia algunos detalles. Pensando que una película basada en un libro es la interpretación del director sobre su propia lectura, ésta apreciación de la historia y todo lo que conlleva merece un buen reconocimiento, pese a tener algunos efectos deficientes.



Libro y película quedan más que recomendados.

lunes, 7 de enero de 2013

El club de los suicidas – Robert Louis Stevenson




Reseña personal: El club de los suicidas y otros cuentos (1878) de Robert Louis Stevenson (escritor escocés,1850-1894) son relatos que constituyen una misma historia o novela policíaca publicada en 1878 en la London Magazine, y que forma parte de una compilación de narraciones en secuencia que pueden leerse tanto de manera individual como en conjunto. Estos cuentos forman parte del primer volumen de Las nuevas noches árabes, antología de la obra de Stevenson hecha por él mismo, y son un exponente formidable de la literatura victoriana. La obra está narrada en tercera persona y está compuesta por singulares y atribulados personajes.

Específicamente, El club de los suicidas consta de tres cuentos redactados con maestría y están enfocados en la historia del príncipe Florizel de Bohemia y su “confidente y Caballerizo Mayor”, el Coronel Geraldine, durante su permanencia en Londres. Gracias a un acontecimiento fortuito, llega a ellos la información sobre el Club de los suicidas, que intriga en demasía al príncipe, quien decide enviar al Coronel para averiguar de que se trataba y así confirmar la información:

-¡Afortunados seres! -exclamó el joven-. Cuarenta libras es el precio de la entrada en el Club de los Suicidas.

-¿El Club de los Suicidas? -inquino el príncipe-. ¿Qué demonios es eso?

-Escuchen -dijo el joven-. Ésta es la época de los servicios y tengo que hablarles de lo más perfecto que hay al respecto. Tenemos intereses en distintos sitios y, por este motivo, se inventaron los trenes. Los trenes nos separan, inevitablemente, de nuestros amigos, y por ello se inventaron los telégrafos para que pudiéramos comunicarnos rápidamente a grandes distancias. Incluso en los hoteles tenemos ahora ascensores para ahorrarnos la subida de unos cientos de escaleras. Ahora bien, sabemos que la vida es sólo un escenario para hacer el loco hasta tanto el papel nos divierta. Había un servicio más que faltaba a la comodidad moderna: una manera decente, fácil, de abandonar el escenario; las escaleras traseras a la libertad; o, como he dicho hace un momento, la puerta secreta de la Muerte. Esto, mis dos rebeldes compañeros, es lo que proporciona el Club de los Suicidas. No supongan que estamos solos, ni que somos excepcionales, en el muy razonable deseo que experimentamos. A un gran número de semejantes nuestros, que se han cansado profundamente del papel que se esperaba que representaran, diariamente y a lo largo de toda su vida se abstienen de la huida final por una o dos consideraciones. Algunos tienen familias, que se avergonzarían, y hasta se sentirían culpadas, si el asunto se hiciera público; a otros les falta valor y retroceden ante las circunstancias de la muerte. Hasta cierto punto, ése es mi caso. No puedo ponerme una pistola en la cabeza y apretar el gatillo. Algo más fuerte que yo mismo impide la acción; y, aunque detesto la vida, no tengo fuerza material suficiente para abrazar la muerte y acabar con todo. Para la gente como yo, y para todos los que desean salir de la espiral sin escándalo póstumo, se ha inaugurado el Club de los Suicidas.” Como bien lo expone Stevenson, el suicidio es una acción demasiado problemática para la sociedad, dejando de lado al propio interesado, por lo que esta asociación se encarga de 'disfrazar' el condenado acto.

El club de los suicidas es, entonces, una sociedad de desencantados individuos que buscan llegar a aquello a lo que no pueden acceder de manera personal y dejan en manos de un tercero (por más de un motivo): la muerte. Específicamente, la literatura ha revelado la constante inquietud tanto del hombre como de la sociedad sobre el tema del suicidio.

Quizá ese miedo por obtener la muerte no sea meramente físico, sino metafísico: “¿Hay algo en la vida que desilusione tanto como obtener lo que deseamos?

El suicidio es un fenómeno humano universal que ha estado presente en todas las épocas históricas y, sin embargo, las distintas sociedades han mantenido hacia él actitudes enormemente variables en función de los principios filosóficos, religiosos, morales e intelectuales de cada cultura, pues muchas religiones monoteístas lo consideran un pecado y algunas autoridades lo juzgan como un delito, que era precisamente como lo concebía Florizel, por lo que se dio a la labor de perseguir al responsable de la creación de esta asociación para así poder sancionarlo, dando origen a estas narraciones de Stevenson. ¿Habrá logrado el príncipe su cometido?

Personalmente, debido a mis estrafalarios y siniestros (¡me encanta esa palabra!) gustos, y aventurándome demasiado al hacer esta aseveración, estoy a favor del suicidio y a terminar la vida como mejor nos plazca, siempre y cuando no afectemos a terceros (aunque eso es un poco improbable) o afectarlos lo menos posible, pues “Sabemos que la vida es sólo un escenario para hacer en él el tonto, tanto tiempo como nos divierta el papel.” Claro que esta idea no es terminante y se refugia en muchos otros pensamientos e ideas, y tampoco deseo incitarlos a realizar tal acto, pero si los exhorto a llevar a cabo el diálogo tolerante para respetar o confrontar esta práctica, que ya puntualicé como ancestral, pues finalmente “El diablo, estén seguros de ello, puede a veces hacer un acto caballeresco.”

Conocí este libro dando una vuelta por alguna librería, y lo que indudablemente me hizo comprarlo fue la siguiente frase en el texto de la contraportada: “Robert Louis Stevenson, admirado por escritores como Jorge Luis Borges, Alfonso Reyes y Cesar Pavese, plasmó en sus cuentos la vivacidad nítida, la fascinación por la palabra justa y el desdén por todo exceso sentimental. También poeta y ensayista, en alguna ocasión afirmó que, si un hombre ama su oficio al margen de cualquier consideración respecto a la fama o el éxito, los dioses lo han escogido.” Y es que al leer "Borges", de inmediato quedé enganchada al libro, y descubrí también que su obra inspiró a escritores extraordinarios como H. G. Wells y Bioy Cásares.