martes, 18 de junio de 2013

La violencia con que vivimos


Fotografía de Jock Sturges



«Es necesario comprender quién pone

en práctica la violencia... si son los

que provocan la miseria o los que

luchan contra ella»

Julio Cortázar

La sociedad del siglo XXI es hasta ahora, la víctima más perjudicada por la violencia que ninguna otra. Actualmente, la violencia afecta no sólo físicamente, sino de manera económica, política, psicológica e ideológica y en una escala mucho mayor: a nivel mundial. La violencia, entendida como perjuicio o imposición grave, ya no sólo se mantiene en ciertos sectores de algunas naciones ni grupos sociales: se ha configurado de forma tal, que las personas que no sufren de ella son únicamente aquellas que están apartadas por completo de la sociedad moderna (pero incluso podrían ser consideradas como víctimas del aislamiento).



Gran peso de esta problemática recae en el capitalismo y su globalización, la falta de empatía y pobres relaciones interpersonales y una inteligencia emocional poco desarrollada, debido a la mínima importancia que se le confiere al ser humano como tal, lo que da como resultado la indiferencia hacia diversos tipos de violencia social y la despersonalización -a la que han orillado los mismos medios y grupos sociales a los seres humanos-. Esto facilita que se puedan cumplir ciertos trabajos que de otra manera sería imposible que realizaran, como son los que están directamente relacionados con el narcotráfico y los crímenes que se derivan de él. Uno de los primero escritores en tomar cartas en el asunto fue el colombiano Fernando Vallejo, que a través de La virgen de los sicarios (1994), recrea la vida de un adolescente de bajos recursos cuya vida está sumergida en la violencia y las drogas y decide ser sicario, para al menos mejorar su nivel económico, a pesar de poder perder la vida en cualquier momento. Vallejo retrata la realidad de la manera más fiel posible, acercándonos así a los barrios más bajos de Medellín y a la vida de esos individuos que pareciera fueron creados en serie, sin más finalidad que matar o ser matados.



Podemos ver a la sociedad entonces como víctima y carne de cañón en un juego injusto donde sólo unos cuantos (como siempre, en la historia de la humanidad) ostentan el poder y la seguridad necesarios para poder sobrevivir.



En otro ejemplo literario, el escritor estadounidense Robert Sheckley, a través del cuento La décima víctima (1965), describe a una sociedad que ha superado la necesidad de estar en o tener guerras porque han erradicado el sentimiento natural de violencia en el hombre de la siguiente manera: creando una asociación que regula asesinatos entre diferentes personas del mundo, que cuenta con un código de comportamiento y reglas, como cualquier otra agrupación que busca un fin común, en este caso, la paz mundial al menor costo: sólo algunas vidas, anualmente.



Una muestra de violencia a gran escala es una guerra mundial, y a pesar de que hace décadas que sucedió la última, existe una amenaza constante para la próxima: hace unos meses Corea del Norte advirtió a Estados Unidos, Corea del Sur y Japón. Anterior a este “aviso”, tres o cuatro años atrás, una crisis diplomática tensó las relaciones de los países aliados de Venezuela (Rusia, Corea del norte, China e Irán) con los de Colombia (E.U., Corea del sur, Unión Europea e Israel), sin mencionar las innumerables veces que Estados Unidos estuvo involucrado en conflictos bélicos y guerras, sin olvidar la invasión que ha llevado a cabo desde 2001 hasta la fecha sobre Afganistán.



El problema del narcotráfico existe porque hay consumidores, y lo que no se dice públicamente es que Estados Unidos es el primer país en la lista de consumidores de narcóticos. No dejará de ser negocio hasta que la demanda no cese, y lo incongruente del asunto es la doble moral de un país problemático por excelencia, que crea el infortunio pero demuestra que ayuda a combatirlo... y que, claro, no puede erradicarlo, ya que depende de ello para sobrevivir.



Otro escritor colombiano que decide escribir al respecto es Juan Gabriel Vásquez, quien a través de El ruido de las cosas al caer (Premio Alfaguara 2011), relata ciertos visos de la historia del narcotráfico y Colombia, pues hace necesarias alusiones a Estados Unidos debido a que los personajes secundarios son pertenecientes al Pace Corps (cuerpos de paz), un programa del gobierno para enviar ciudadanos americanos voluntarios a diferentes localidades del mundo para ayudar a los nativos con problemas sociales o económicos, por lo que Sudamérica fue uno de sus principales destinos desde el inicio. Debido a que Colombia se convirtió en el principal exportador de mariguana (y posteriormente de cocaína) del mundo, el traslado del producto de este comercio fue adoptado con gran remuneración económica por este “cuerpo de paz”, que a pesar de realizar un trabajo real en la sociedad, a través de sus enviados, se beneficiaba ilícitamente de la explotación de los fértiles campos colombianos y de las personas involucradas, quienes a cambio de una parte de las ganancias (menor, por supuesto) arriesgaban la libertad y la vida misma, en el peor de los casos.



De todo lo anterior, se deduce que no hace falta que el planeta esté en guerra, pues las constantes guerras privadas entre algunos países e incluso determinados grupos sociales, como los cárteles y organizaciones ilícitas que gobiernan ahora gran parte de los territorios latinoamericanos y que se dedican a realizar diversas actividades criminales, tienen incluso más poder económico y de otras índoles que los mismos gobiernos de estos países. Toda esta problemática está más que reflejada en la literatura del narcotráfico o “narcoliteratura”, término acuñado hace algunos años, cuando la narrativa con esta temática entró en apogeo, como necesidad de expresar y denunciar, a través del lenguaje escrito, la crudeza de una realidad que afecta incluso a quienes no tienen que ver directa o remotamente con el narcotráfico.



Pero la violencia no es un producto estrictamente político o de actividades ilegales como el narcotráfico, pues la agresividad es inherente al ser humano; lo que habrá que erradicar es una conducta enfermiza e innecesaria que genera diversas manifestaciones de disfunción social y puede producir angustia, tristeza, ansiedad o pérdida de autoestima, en los casos más usuales.



Las causas principales de estas manifestaciones de violencia son los factores biológicos, la masificación de los individuos, los cambios climáticos debido a la polución, la contaminación auditiva y visual, la crisis económica o la falta de oportunidades laborales y educativas de calidad.



Actos tan simples como usar audífonos al salir a la calle nos aísla del grupo social del que formamos parte y nos incita a seguir pensando que el mundo sólo somos nosotros mismos. Un poco de empatía y las mínimas muestras de educación y cultura (saludar, pedir permiso, ceder el asiento, ayudar a un desconocido) no cambiarán la situación actual de la violencia en el mundo pero sí la de nuestro entorno, que es lo que nos afecta día con día y directamente.


Para evitar ser parte de la indiferencia, podemos empezar ahora por tratar de hacer un cambio nosotros mismos y experimentar directamente un cambio positivo de actitud que, en el mejor de los casos, podríamos contagiar a los demás.

Lola Ancira, México, 2013. 

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