lunes, 18 de junio de 2018

Ciudad Pantano. Parodias y esperpentos - Joaquín Peón Iñiguez





La parodia literaria, cuyos orígenes se remontan a los romanos y a la poesía griega antigua, ha permeado diversos géneros literarios desde entonces.

El origen de la palabra «parodia» es, precisamente, griego: παρῳδία. En una interpretación simplista, el prefijo (‘contra’), la raíz (‘canción’) y el sufijo (‘cualidad’), indicarían una imitación irónica que aporta una nueva visión y comprensión de la obra original. Para Túa Blesa, «La parodia hunde la pluma en el centro de lo literario».

La parodia es la muestra perfecta de intertextualidad porque crea vínculos entre ambos textos: el texto originario es “recuperado” para generar simulaciones de sus personajes, argumentos y mitología. El autor del nuevo texto los renombra, resignifica y traslada a un contexto contemporáneo a través de contrastes visibles: altera el discurso. Este juego de la simulación o caricaturización es un acto profundo que implica la introspección y un conocimiento amplio de la obra y el autor originales.

Un ejemplo emblemático sería el de Cervantes con Don Quijote de la Mancha​, una parodia a las novelas de caballerías (tan respetadas en su tiempo), donde incluso habla de otras parodias: «Otro libro tengo también, a quien he de llamar Metamorfóseos, o Ovidio español, de invención nueva y rara, porque en él, imitando a Ovidio a lo burlesco, pinto quién fue la Giralda de Sevilla y el Ángel de la Madalena. Otro libro tengo, que le llamo Suplemento a Virgilio Polidoro, que trata de la invención de las cosas, que es de grande erudición y estudio, a causa que las cosas que se dejó de decir Polidoro de gran sustancia las averiguo yo y las declaro por gentil estilo».

Joaquín Peón Íñiguez (escritor mexicano, 1987), autor de Ciudad Pantano. Parodias y esperpentos (Editorial Paraíso Perdido, 2017), retoma obras de grandes autores latinoamericanos como Borges, Rulfo, Sabato y Pizarnik, para construir su propia urbe hecha con retazos de otros universos, una Ciudad Pantano (doble de CDMX, ciudades cenagosas y con fauna propia) que imita, pero que también se sirve de giros argumentales y humor para edificarse. Con su propio discurso narrativo, Peón sorprende al recrear construcciones dramáticas que se sostienen por sí solas y desarrolla un estilo propio.

De forma original y admirable, el autor juzga también su propia obra, critica los convencionalismos, los abusos del sistema laboral actual, a cierto gremio de escritores contemporáneos, a las editoriales transnacionales, el arte moderno, las relaciones interpersonales y el establishment literario-editorial.

Ciudad Pantano es la fusión de la voz ensayística y la voz narradora de Peón, una mezcla de relato y ensayo literario (notorio sobre todo en «Contra el taquero») con una fuerte carga introspectiva que no sólo juega con las obras de autores canónicos, también lo hace con el lenguaje y la tipografía.

Venerando a varios de sus autores predilectos, Peón configuró por completo una urbe, erigió edificios, construyó calles y la pobló con esperpentos muy parecidos a nosotros: creó a los extravagantes habitantes de Ciudad Pantano a partir de las sombras y los nombres de personajes ya existentes y entrañables.

Si el lector desconoce la obra o al autor parodiados (aludidos desde los títulos), eso no impide que pueda establecer afinidades con los diversos conflictos, personajes y situaciones absurdas ligadas por una acción dramática eficaz, por lo que no es algo que restrinja la accesibilidad de los propios textos.

El agudo ingenio de Peón critica, analiza obras canónicas y estilos y se refleja también en asociaciones sintácticas cómicas o en juegos fonéticos de los nombres propios. El autor, de forma lúdica, reflexiona y hace reflexionar al lector con una buena dosis de ocurrencias meticulosas alejada del simplismo. Es una forma de denuncia que busca la catarsis por medio de la ironía, de la habilidad del autor para localizar fisuras en una aparente perfección y escudriñar a través de ellas.

Peón utiliza el pensamiento crítico como forma de defensa, usa el humor para rebelarse contra las normas y lo establecido, llegando en ocasiones al límite con lo absurdo: en Ciudad Pantano el gracejo va de la mano con la cavilación, misma que se deleita al detectar inesperadamente lo paradójico, la incongruencia o lo irracional.

En «El laberinto de la socialización», Peón habla de los pantanenses precolombinos, crónicas de la conquista, y la fundación de una ciudad destinada a desaparecer paulatinamente devorada por sus propias entrañas fangosas.

«Del coronel y otros demonios» es una de las parodias más logradas del libro: “Ciudad Pantano no es tanto un lugar, sino un trastorno psicótico”. En una vivienda de interés social es encontrado el cadáver decapitado del hombre más hermoso. Roedores alados, murciélagos mágicos, una encueratriz voladora y un mariposario místico cuyo aroma embriagador impide a la gente marcharse rodearán el caso no resuelto de homicidio.

«Diarios del subpantano» es una seria de pensamientos introspectivos y preguntas existenciales que oscilan entre lo filosófico y lo trivial/cómico: “Voces dispersas. Voces que dicen cosas extrañas como «La noche tiene forma de un grito de lobo», o «¿Dónde podrías contratar a un agente literario?»”.

«La máquina para cenar» introduce, a lo largo de un diálogo entre un padre distante y prejuicioso y un hijo incomprendido, a “las criaturas de tormenta”, famosos monstruos creados por la cultura popular, relato que culmina con un discurso en sueco de Carlos Fuentes.







El estilo incisivo de Peón y el humor ácido en su obra nos otorgan otra perspectiva de los textos canónicos, y esto también enriquece a las obras originales. Peón, a través de este homenaje, les quita el manto de formalidad y sobriedad y asume la hilaridad como emblema.

Aldous Huxley afirmó que «Las parodias y las caricaturas son las críticas más penetrantes». Al respecto, Peón declaró en una entrevista que «la realidad supera a las parodias», que «una representación caricaturesca puede ser más cercana a la realidad que una representación realista», y que «escribir parodias también se presta a reírse de uno mismo, pues los horrores del mundo se reflejan en el individuo, y viceversa. (…) Además, todos somos ridículos hasta que se demuestre lo contrario».

De vez en cuando es necesario deshacernos de la máscara de formalidad y solemnidad para liberar el alma con una carcajada honesta y no tomarse tan enserio la vida ni la muerte: «Me pregunto por qué lo que a otro le parece trágico, a mí me deshilacha en risa y carnaval. Me pregunto si el mundo no tiene salvación a menos que nos riamos lo suficiente de él. Lo mismo para los individuos que no se rían de sí mismos».

En un contexto creativo inmerso en la seriedad y la pretensión, es un gran acierto para Paraíso Perdido haber apostado por esta obra híbrida.

Ciudad Pantano está a la venta en la tienda en línea de la editorial, así como en las librerías El Sótano, Gandhi y El Péndulo.
Para finalizar, transcribo algunas de mis citas favoritas del libro:
“Hasta donde alcanza mi memoria, hasta donde empieza el olvido.” p. 15
“A veces, ante la duda, cuando la confusión lo nubla todo y no hay faro que oriente, me pregunto cómo procedería un adolescente alcoholizado en mi situación. Luego, actúo.” p. 17

“Bailo para olvidar que la realidad también supera a las parodias”. p. 22

 “El amor, el deseo, la imaginación, todo lo mejor del mundo tiene colmillos.” p. 24

“Todo aquí es una parodia de un mundo ideal” p. 26

“¿Repugnantes los caños? Repugnantes las ciudades, con su ritmo frenético, su maldita eficacia, su intransigencia, su agresividad, y todos esos seres con sus respectivas caras de mirar para abajo, de mirar para arriba, de te lo compro, de te lo vendo, de absoluta certeza, melancolía y fragilidad. Algún día todas las ciudades serán iguales, funcionarán como algoritmos. Toneladas de mierda, orines y ratas son inofensivas en comparación con eso.” p. 57

“La memoria es así, si uno le da cuerda, asfixia.” p. 81

“La imaginación es un juguete para torturar.” p. 129

“Reía sin comprender que ese gozo que hallaba en el dolor no era sino una sensibilidad nata hacia la ironía.” p. 133




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