jueves, 14 de noviembre de 2019

Robert Louis Stevenson, el hombre hecho de palabras y sombras (texto publicado en la revista digital Tierra Adentro)

Ilustración de Güerogüero para Tierra Adentro



Ayer, 13 de noviembre, fue el cumpleaños del escritor británico Robert Louis Stevenson, y para celebrarlo, escribí un texto sobre su vida y obra para la revista digital Tierra Adentro.

A pesar de que la enfermedad y la convalecencia, entre un continuo deambular, marcaron la vida de este gran Tusitala, se convirtió en un extraordinario contador de historias.







Allí donde la luz no alumbra,
tal vez alumbre la sombra.
-Roberto Juarroz

Desde sus primeros años de vida, la salud de Robert Louis Stevenson (13 de noviembre de 1850, Edimburgo, Escocia) se vio amenazada por la neumonía, lo que lo obligó a permanecer en cama y asistir de forma irregular a la escuela. Su madre, afectada igualmente por enfermedades respiratorias, dejó en manos de su padre y de una nodriza su educación. Criado como calvinista, el relato de diversos pasajes de la Biblia y alegorías e historias sobre la maldad y la bondad llenaron sus noches, atormentándolo con pesadillas (que describiría a detalle mucho después, en un ensayo titulado “Un capítulo sobre los sueños”). Así germinó la semilla de la dicotomía bondad-maldad que, más tarde, constituiría la esencia de su literatura.
Durante la adolescencia, los viajes con su padre influyeron en su escritura, y en 1866 publicó, gracias a su apoyo, su primer libro: la novela Pentland Rising, que no generó mucha expectativa.
Estudió ingeniería náutica por indicación de su progenitor, pero lo dejó al poco tiempo. De aquella época, lo más destacable fue su amistad con Henry James. Después estudió derecho, mas su carrera fue muy corta: en 1876, la incipiente tuberculosis, enfermedad que repercutió en su físico y ánimo hasta su muerte, lo hizo comenzar a viajar en busca de un clima menos duro por prescripción médica. Con el sufrimiento mordiéndole los tobillos desde pequeño y a donde quiera que iba, comenzó a abandonar un continente para pasar a otro, intentando postergar lo inevitable. Viajar se convirtió en una de sus pasiones.
Gracias a su peregrinar, conoció a Fanny Van de Grift en Francia, quien experimentó de primera mano la trágica enfermedad que lo aquejaba, pues su hijo más pequeño, afectado por tuberculosis osteoarticular, había muerto hacía poco entre la agonía de huesos rotos que rasgaban su piel y músculos antes de cumplir los 5 años. Gracias a ella, Stevenson viajó a América, donde se inmiscuyó en la crítica social al proclamarse contra la supremacía blanca, la discriminación racial y las masacres de los indios nativos. Más que una esposa, Fanny fue su cuidadora.

Al empeorar su salud, la pareja volvió a Edimburgo, después viajaron a Alemania y Suiza, y vivieron un tiempo en la finca que heredó el escritor al suroeste de Edimburgo. Más tarde se dirigieron a Nueva York, de ahí a San Francisco y, por último, arribaron a Samoa, último refugio de la pareja y donde los nativos apodaron a Stevenson como Tusitala: “el contador de historias”. (Continuar leyendo en Tierra Adentro...)

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